Es Clara la oscura
habitante de la noche. Ojos relampagueantes henchidos de sombras, pelo azabache
con miles de chispas estañadas. Un traje
de opaco cuero enfunda su elástico cuerpo marfil. Puta más buena que santa, reina y albergue de
todo lo que sea débil: gatos desmadrados, perros cuentacostillas, niñas con
ínfulas caídas en alcantarilla, niños con tisis en el tufo.
Es el Negro el
clarividente de destinos ajenos. Los
suyos ejecutan la vida de los caídos en desgracia metal en mano. Exige como dádiva de la corte callejera de
infelices luciérnagas a su santa. La
negativa implica desgracia, hojas cortadoras de rostros hundidas en el vientre
y la calle teñida de rojo desamparo.
Es el Choco un retinto
compañero predilecto de la caminera de la noche. Despacha papelinas cuadriculadas de estuco,
brotes verdes de ausente humedad, sueños
circulares, espejismos inhalables. Escucha la sentencia. Cierra los puños, decide, urde.
Es la noche acordada para
el pago impuesto. La banda sonora con
relumbrantes tambores humedece al tirano de blanco llevando del brazo a jalones
a la arisca y burlona prenda. En el cuarto comienza el ritual violento. Tirada
por el piso tela blanca sobre rasgado cuero.
Blanco sobre negro, negro sobre blanco. Un crujido que se confunde con
los del catre. Sordos sonidos de un puñal hundidos en sucesión en la carne
oscura. Clara bañada en rojo.
cECI mARTÍNEZ